Mari, mi amiga toba


Lazos familiares, mi hijo, hicieron frecuentes mis viajes a Resistencia, capital de Chaco, desde hace varios años. En la plaza principal y en las esquinas, ofrecen sus artesanías, raíces, hojas y flores, que aseguran curarán distintas dolencias. Son personas humildes, sumisas, que llevan la tristeza del alma en sus ojos, los tobas.

Mari, mi amiga, es una de ellas. Tan dulce, cuánto se alegra, cada vez que la visito. Sólo tiene palabras de cariño y bendiciones para mí. Juntas compartimos conversaciones sobre los hijos y los nietos.

¿Y Mari, tiene agua? “No, no casi nada”, responde y sus ojos se oscurecen. Viaja en ómnibus, cuando tiene plata, y ofrece sus cositas hasta la media noche, cuando vuelve a su casa de barrio, en el barrio Fontana.

Las comunidades aborígenes de esta provincia viven en una situación grave y es urgente la atención y ayuda que merecen. El nivel de abandono que soportan se suma a las enfermedades, la falta de casa o comodidades mínimas, como agua, luz, baños.

Algunos olvidan que en esas comunidades todavía quedan

mujeres dispuestas al trabajo

hombres listos para obrar

madres con esperanzas

padres comprometidos

niños con ganas de jugar.

Marta Yurk

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