Hacerse "grande"


Al envejecer, se van devolviendo poco a poco los dones de los que se nos hizo acreedores. Ya no está la piel “tirante como ráfaga” ni los ojos iluminan cualquier estancia.

Algunos otros detalles -de mayor valor que los ojos y que la piel- también desaparecen. Pero empieza a crecer un órgano precioso e invisible, cuya existencia desconocíamos. Primero, es un latido. Después, inunda el corazón.

Los ojos -aunque no brillen- ven más y lo descubren todo: “Cuando la vista se acorta/es cuando se empieza a ver”. Ya no se escucha ruido de espaldas que chocan, sino suaves vientos que arrastran hojas secas y cada una es una cara, es un recuerdo, es un espejo.

No es necesario decir sí. No es necesario “parecerse” a una hermosa mujer o a un hombre fuerte: los competidores han desaparecido, se puede subir hasta la cumbre y a la vez descansar. Se puede recitar mientras suben y el recitado no hace perder el aire. “La vejez, tal es el nombre que los otros le dan, también puede ser el tiempo de la dicha”, dice Jorge Luis Borges.

Marta Yurk


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